Tengo que confesaros una cosa: estaba un poquito acojonado. Bueno, un poquito no, mucho. Porque llevaba dos semanas en el dique seco, sin montar en bici por culpa del costillar, y me daba miedo lo que sucedería al regresar al pedal. Respetando escrupulosamente lo que me dijo la amable doctora de la Jiménez Díaz, hoy se acababa mi baja y era el día de probarme, probar la bici, rodar pastillas, montar con el Camel Bag por primera vez…en fin, que tocaba despejar todas las incógnitas. Y tengo que deciros con gran satisfacción que ¡prueba superada! A pesar de que llevo tres noches seguidas saliendo (la dura vida del soltero), me he hecho los primeros 22 kilómetros del Camino, ida y vuelta, con lo que he completado 44 en tres horitas (he ido a un ritmo racional, que será como debamos afrontar los próximos días, y no la salvajada a la que suelo rodar).
Quería además despedirme de los conejitos que me amenizan
mis montadas matinales, y me he cruzado con 7 de monte y sólo 1 de los otros
(pero mu güeno) en el camino que une Torrelodones con Moralzarzal, una dura
ruta, posiblemente de lo más complicado que nos vamos a encontrar en la
aventura. Voy a confesaros que si me he emperrado en salir desde casa, en gran
parte ha sido por poder pasar por Moral. Es el pueblo en el que me crié pasando
todos los fines de semana y vacaciones, donde aprendí a montar en bici, en el
que gané mi primer trialsin, donde aún me quedan muchos de mis mejores amigos
aunque los tenga abandonados, donde conocí al amor de mi vida, que ya no
estamos juntos pero me ha dado a las dos criaturas más maravillosas de este
mundo, Mónica y Nacho…aunque estoy encantado de vivir en Torre, que no cambio
por ningún otro lugar del mundo, en Moralzarzal están muchos de los mejores
recuerdos de mi vida, y por obra y gracia de esta aventura voy a unirlos en los
primeros compases de la ruta.
Al regreso de mi excursión-examen, que he completado sin el
menor contratiempo, me ha ocurrido algo muy curioso. En la puerta de casa he
chequeado como siempre el cuentakilómetros y cuando he llegado al total resulta
que estaba parado en 4.000 kilómetros justos. Llegué a los 3.000 el día de San
Isidro, el 15 de mayo, precisamente en Cercedilla, otro de los pueblos por los
que pasaremos el martes en la primera etapa, y un mes y medio después ya tengo
mil más…a pesar de las bajas, viajes, trabajo y demás avatares. Pero, además de
lo anecdótico y curioso del tema de la cifra exacta, ha supuesto dos nuevas
buenas noticias a sumar a las otras del día. Primero, que va a resultar muy
fácil llevar el total de kilómetros del viaje, ya que mañana no voy a montar y
saldremos con 4.000 justos. Por otro lado, he ido a hacer la foto con mi
cámara, y me ha resultado imposible. No había forma de sacarlo en foco. Y sin
embargo, lo he intentado con el i-phone, y a la primera. Por tanto, la cámara y
el cargador se quedan en casa, con el consiguiente ahorro de peso y estorbo, y
el reportaje fotográfico saldrá íntegramente del teléfono, que también será
nuestro GPS en caso de apuro. ¡Quién me lo iba a decir a mí que hasta hace unos
meses renegaba de esos aparatos y utilizaba un Nokia antediluviano!
Por lo demás, el fichaje de Severo ha sido todo un acierto.
El hombre se ha encargado de casi todo. Ha conseguido un transportista que nos
llevará las maletas de Segovia a Simancas y luego a Sahagún, que son nuestra segunda
y tercera etapa, y ha reservado los respectivos hoteles. Me dijo que a lo mejor
se venía hoy conmigo, pero no ha dado señales de vida, aunque ayer se pegó otra
buena paliza por la Casa de Campo. Le había acojonado el bueno de Fernando
Gómez Blanco, hablando maravillas de mi estado de forma, pero creo que me va a
hacer sudar la gota gorda, porque él está mejor que yo. Es más joven, y es más
deportista, ya que ha corrido maratones y hasta un iron-man. ¡El acojonado soy
yo!
La última decisión es que nos volvemos de Santiago a casa en
coche de alquiler. Iluso de mí, tenía la idea de que nos montábamos en un
autobús en Santiago, y que al pasar por Torrelodones, que es por donde se entra
a Madrid, pararía en una rotonda y nos dejaría con nuestras bicis. Claro,
cuando llamé a Alsa, me dijeron que si estaba loco, que eso era imposible. Miré
después Iberia, que hace tarifa de mitad de precio, pero al final hemos
decidido que lo más barato, fácil y rápido, aunque nos toque conducir, es el
rent-a-car. Me llevaré mi detector de radares para evitar sustos en el regreso,
y en un pis pas nos ponemos en casita. El martes os cuento la primera etapa de
esta gran aventura que estoy deseando que comience ya. Abrazos y besos.
Mucha suerte Pipo. Cuando mańana pases por Becerril, acuérdate de mi. Y cuando llegues a Santiago, también. Un abrazo. Juan López Frade.
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